La necesidad de un proyecto nacional para superar nuestra fractura social

Sin duda, el Perú carece de un proyecto nacional que oriente las propuestas y programas de sus dirigencias políticas y sociales. Es más, las dirigencias políticas y la burocracia nacional se perciben desconectadas de las necesidades e intereses de la mayoría de la población. Quizá por ello, millones de soles, cientos de proyectos y decenas de programas sociales no mellan la pobreza y sus múltiples manifestaciones a lo largo y ancho de nuestro país. Pensar que los pequeños descensos porcentuales exhibidos por los gobiernos recientes son un buen indicador, es engañarse.
Ante esa realidad, la ausencia de un proyecto nacional ordenador de las diversas demandas sociales y propuestas políticas requiere ser afrontada como un problema central en el Perú, si se quiere cambiar, radicalmente, esa desconexión, las consecuentes fragilidades del Estado Peruano, incluyendo sus inefectividades burocráticas y la persistencia de la fractura social diagnosticada en el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Esta fue una fractura social teñida de un fuerte componente identitario, originada desde la invasión española del siglo XVI, y reafirmada tras la derrota de Túpac Amaru II a fines del siglo XVIII. Además, desatendida durante los siglos XIX y XX en los que gobernaron nuestra patria dirigencias políticas cuya prioridad atendía solamente a los descendientes de los invasores, salvo contadas excepciones.
Aun hoy, las dirigencias políticas no terminan de expresar al Perú cholo que construye ciudades, diseña vestidos, reinventa comidas, crea y recrea música, pintura, poesía, cuentos, blogs, organizaciones, etc. Expresar a ese Perú cholo conlleva al menos dos tareas: i) autoidentificarse con las bases reales de la peruanidad y ii) proyectar una visión de lo que queremos expresar como peruanos ante el mundo en el futuro próximo. Tareas que requieren de nuevos actores políticos que asuman los retos respectivos, especialmente el de construir y llevar a cabo un verdadero proyecto nacional republicano que haga realidad lo que Basadre llamó "la promesa de la vida peruana".

La igualdad en peruanidad como condición para una República de ciudadanos y ciudadanas
Un proyecto nacional presupone una autoidentificación nacional. Pero ¿existe o puede existir la “peruanidad”?. Si queremos construir una nación sólida, la respuesta no puede ser otra que SÍ. Una nación es más que un acuerdo sobre límites y organización jurídica. Una nación es también autoidentificación de cierta hermandad entre quienes compartimos un pasado común y un destino común, los conciudadanos de la nación. Hermandad que conlleva relaciones horizontales entre todos.
Esta autoidentificación presupone elementos culturales, acuerdos compartidos sobre qué nos identifica como con-nacionales. Pasarlos por alto supondría una cohesión mera-ente formal y, por tanto, una debilidad intrínseca en la convivencia. Esto es lo que le ha venido pasando al Perú durante la República formal que sucedió al virreynato.
Por eso se explican las fracturas que facilitaron las derrotas de la Confederación Perú-Boliviana y de la guerra del Pacífico, así como la cruenta política peruana del siglo XX y el conflicto armado interno que cerró ese siglo con 69 mil víctimas, la mayoría quechuahablantes.
En todos esos conflictos, hubo una negación absoluta de la común peruanidad de inmensos sectores de nuestra población. En todos esos momentos, se evidenció que unos se sentían esencialmente distintos a los otros. Por eso fue tan fácil matar a los estudiantes de La Cantuta en Lima, o a las mujeres y niños de Putis-Ayacucho y Bambú-Huánuco, exhumados recientemente. Por eso, también, cuando baja la temperatura, todos los años mueren niños y ancianos que, de haber estado bien nutridos y abrigados, no morirían; no obstante, mueren porque las dirigencias políticas nacionales no los identificaron como peruanos, iguales en dignidad a ellas mismas y merecedores de los mismos entornos sociales que garantizan la vida ante, por ejemplo, factores climáticos.
Superar esa dificultad para entendernos como iguales en peruanidad resulta esencial para que la idea de una república de ciudadanos cobre sustancia en el Perú. Pero, para que eso ocurra, tenemos que partir reconociendo y valorando un elemento central de nuestro punto de partida nacional: nuestra condición de vivir en un país heredero cultural de la gran civilización andina y de la gran civilización europea, a la que se añadieron importantes aportes africanos durante el período virreynal, chinos en el primer siglo de la independencia de España y de muchos otros pueblos en el siglo XX, incluyendo los amazónicos.
Esas herencias o aportes, en su mayor parte, no se aislaron, sino se mezclaron, o, mejor aun, se fusionaron y se siguen fusionando, generando un mestizaje singular, una identidad nueva y distinta; en la que los aportes culturales no se pierden, sino que permanecen enriqueciendo la nueva identidad.


La choledad como punto de partida de nuestra peruanidad

¿Cómo caracterizar esa identidad peruana producto de la confluencia de elementos culturales andinos, europeos, africanos, asiáticos? Como ya ha sido caracterizada: mestiza, pero no de cualquier manera. En el Perú, hemos inventado un tipo de mestizaje único en el mundo y ya le hemos puesto un nombre: “cholo”.
Los peruanos nos llamamos “cholos”, le llamamos “cholita” a nuestra amiga linda, “acholamos” el pisco cuando mezclamos variedades de uvas. Lamentablemente, algunos, los que no quieren reconocer a todos los demás como sus hermanos en peruanidad, sus iguales en ciudadanía, “cholean” despectivamente a quienes no tienen el dinero, el color, la dicción, los ternos o trajes de “su nivel” o “condición social”, a los que no pertenecen a los círculos de la “GCU” (“gente como uno”), a los que no podrían entrar a ciertos clubes o discotecas o, incluso, centros comerciales (por cierto, cada vez más marginales, aunque aún existentes, como lo recordó el alcalde de Miraflores en Lima el primer semestre del 2008).
Peor aun, muchos, a pesar de no compartir esos criterios discriminadores y alienantes, tienen internalizados los prejuicios contra el mestizaje cholo de la peruanidad, por lo que les cuesta aceptarlo como un signo de unión entre peruanos y peruanas.
Pero no hay alternativa. Y, si bien es cierto, en su origen, la palabra "cholo" fue usada como un despectivo, lo que fue marginado y echado al final de la escala social ha insurgido y se ha puesto en el centro de la vida común.
Es, pues, el tiempo de aceptar que solo valorando nuestro peculiar mestizaje cholo, que trasciende lo racial o lo étnico, que se proyecta culturalmente en muchísimas manifestaciones que expresan "lo peruano", podremos afirmar una república de ciudadanos, sólida en su base y poderosa en su proyección. Pues solo afirmando una ciudadanía común, pero no formal únicamente, sino densa, llena de historia y de historias fusionadas, nos sentiremos bien de ser peruanos o peruanas.
Y afirmarnos como cholos o cholas, queriéndonos así, es afirmar y querer nuestra andinidad, nuestra europeidad, nuestra africanidad, etc. Es afirmarnos afirmando al otro que tenemos en frente, que tenemos dentro de nosotros, reconociendo que sus aportes nos han enriquecido a todos.
Cierto es que aun estamos lejos de afirmarnos de esa manera. Cierto es que seguimos pasando a las celebraciones "de Fiestas Patrias", entre otras, sin “ver” a los conciudadanos excluidos de toda celebración por su extrema pobreza. Es verdad que buena parte del poder económico y político de nuestro país se concentra en quienes no reconocen la igualdad ciudadana de todos ni la valía cultural de los aportes andinos, amazónicos y africanos y, que al no reconocer a esos otros, tampoco se reconocen a sí mismos como cholos. Pero también es cierto que eso está cambiando y que las fuerzas políticas que aceleran ese cambio están organizándose. Con todas estas certezas, podemos decir que afirmarnos como cholos y construir una nueva peruanidad, inclusiva, es punto central de las agendas de cambio que la política tiene que proponerle al país. De esa manera, podremos construir una nueva elite política para el Perú, que se distinga por proponerle un proyecto nacional que supere sus fracturas y lo haga una verdadera comunidad de ciudadanos y ciudadanas, profundamente orgullosas de su peruanidad chola. La oportunidad histórica está frente a nosotros. Solo nos queda dejarla pasar o aprovecharla.