Transcurridos dos años de gobierno aprista, es oportuno preguntarnos si estamos frente a una gestión exitosa que permitirá a los peruanos y peruanas experimentar mejorías en sus condiciones de vida o, como suponemos, nos encontramos frente a otra oportunidad perdida.

Según las estadísticas, nuestra economía está creciendo. Ello obedece a factores externos, como el alza del precio de los metales, lo que nos favorece en nuestra condición de país exportador de minerales. Este crecimiento y las políticas de austeridad que soportó la sociedad peruana por décadas, nos permitieron ahorrar y disponer de liquidez hoy en día.

Pero no debemos olvidar que el Perú, durante su existencia republicana, atravesó por diversas etapas de bonanza económica, como la del guano, la del caucho, la del algodón o la de la pesca, cuyos réditos económicos; sin embargo, fueron despilfarrados sin que la clase gobernante de turno haya asumido la responsabilidad por dichas pérdidas.

Estamos ante un escenario similar, ya que atravesamos un periodo de bonanza, gracias a la gran demanda de metales por parte de China e India, pero tenemos un gobierno que, en lugar de convertir esta oportunidad en desarrollo, ha optado por una política extractiva y de privatización sin ningún criterio estratégico, arriesgando esta nueva oportunidad para recaudar mejor e invertir en desarrollo. La sola extracción de los recursos mineros, sin inversión en educación, ciencia y tecnología, nos llevará a que esta etapa solo brinde una mejoría pasajera, pero que, como siempre, termine en fracaso.

Por ello, a pesar de la anunciada reducción de la pobreza, la bonanza no es percibida por los sectores a los que el Estado aún no les ha pagado esa gran deuda social, lo que los mantiene en condición de pobreza y marginalidad.

Menos pobres y más analfabetismo

Somos un país que exhibe índices de crecimiento macroeconómico favorables, pero, a la vez, se ubica reiteradamente como uno de los últimos en el ranking mundial en calidad educativa.

La reducción de la pobreza se muestra como uno de los logros del actual régimen y nadie duda que se percibe una mejoría de ciertos sectores. Lo escandaloso es que al lado de estas cifras ocurren situaciones como las de Huancavelica, la región más pobre, que, entre 2006 y 2007, aumentó su pobreza de 84% a 85,7%. Esa población sufre de desnutrición crónica, carece de una educación de calidad, prácticamente tiene cero oportunidades de desarrollo y casi ni ejerce su ciudadanía.

Según una reciente encuesta del Instituto de Opinión Pública de la PUCP, ante la pregunta ¿Cuál cree que son las dos principales razones que dificultan un mayor desarrollo económico en el Perú?, la educación aparece como la principal clave para un cambio social real, justo y deseable.

Estamos convencidos de ello: la pobreza y la desigualdad solo retrocederán si se invierte adecuadamente en educación. La actual reducción de los índices de pobreza será realmente sostenible en la medida en que se invierta en educación. Ello significa, en primer orden, una decidida apuesta por la primera infancia, asegurando a todos los peruanos condiciones adecuadas de salud y nutrición, recuperando, así, una generación que debe recibir toda la atención para que pueda tener éxito en la escuela y reales oportunidades de desarrollo. De lo contrario, de nada servirán las inversiones y las privatizaciones.

Estas paradojas cuestionan la corriente exitista, que insinúa que el camino transitado es el correcto. Lamentablemente, esto no es así. Un ejemplo de esto puede ser que, a pesar de que el gobierno emprendió una campaña de alfabetización y anunció que en el 2011 habría erradicado el analfabetismo, dicha lacra se sigue manteniendo y reproduciendo en nuestras escuelas. Lo que pasa es que el gobierno no ha invertido de manera seria en mejorar la calidad de los aprendizajes.

La reforma aprista ¿cuál reforma?

Hace meses, Fernando Villarán, en un interesante artículo, invitaba al gobierno a que se dé cuenta de que durante este periodo no se ha impulsado ninguna reforma, por tanto, aquellos logros que hoy se exhiben son herencia de gestiones anteriores; asimismo hacía ver al gobierno que se enfrentaba a la gran oportunidad de realizar reformas importantes, ya que se contaba con recursos y condiciones para hacerlo.

Si se poseen los recursos y las condiciones, ¿por qué no se realiza esas reformas?. Sin duda, el APRA decidió no hacerlo: se dejó seducir por los reflectores y prefirió optar por medidas efectistas que podrían verse como logros, pero no son más que fuegos artificiales que se traducen en más teléfonos celulares, en lap tops sin maestros, etc., validando la profecía auto cumplida de perdernos otra oportunidad de dar el gran salto social y de impulsar una verdadera reforma que haga del Perú un país de/con ciudadanos. Contamos con recursos, reservas, activos e ingresos más que suficientes para hacerlo.

No estamos solo frente al fracaso del gobierno de Alan García y su megalomanía, estamos frente al gran fracaso del Apra y una clase de políticos que ponen en la agenda los reales problemas del país, de un modelo que se ha ido construyendo en el camino y que ha mirado atrás no para aprender de las lecciones, sino para asumir verdades que ya han fracasado, de un modelo liberal como los que no hay, que vende todo por nada y que ha descuidado el principal capital: el ser humano.

En los próximos años, el país debe tener una ruta clara, con metas y con una actitud de diálogo que le permita construir y concretar la promesa de la vida peruana aún incumplida. Requerimos de organizaciones políticas capaces de ser el puente entre las demandas sociales y el Estado, de hacer pedagogía y cultura ciudadana, de gobernar honrando compromisos, cumpliendo la palabra empeñada, sobre todo aquella pendiente por 187 largos años de historia republicana.

Debemos aspirar a que nuestros gobernantes tengan la decisión de emprender cambios de largo aliento, que no se conformen con cifras y datos estadísticos, sino que sepan leer lo que el país exige: condiciones de dignidad que hagan de los habitantes del territorio peruano verdaderos ciudadanos y ciudadanas, que vivan en libertad e igualdad, con oportunidades para todos, donde la vida en sus diversas formas tenga valor, donde la palabra tenga sentido, donde la política sea servicio capaz de generar esperanza y hacer posible toda ilusión de dignidad humana para el engrandecimiento del país.